El conocimiento siempre ha de ir acompañado de un Eros

Cuadernos para el diálogo

Jacobo Siruela: "Vivo al margen de las connotaciones de prensa rosa que tiene mi familia"
Por Roberto Carlos Mirás
Cuadernos para el Diálogo, nº 47, diciembre 2009

Hablar con Jacobo Siruela es recordar su época de hippie, de cuando pasaba las tardes con Paul Bowles, o cuando invitó a Jorge Luis Borges a dar una conferencia, o de lo que hablaba con Cioran y recordaba aquello de: “cuando la gente dice que se quiere suicidar, que vayan a un cementerio y que estén en él durante una hora, y ya verá usted”.

Ahora, para él, “uno siempre es el mismo”. Sigue conociendo autores. “He conocido a lo largo de mi vida a personas muy importantes”. ¿Dónde queda el apellido? En su juventud reaccionó contra su familia y todo eso. Pero ahora… “Sobre todo, vivo al margen de las connotaciones de prensa rosa que tiene mi familia”. Se dio cuenta de que lo más importante es la naturalidad, y de que las cargas hay que echarlas a un lado. “Hago libros sobre historia, sobre colecciones. Estoy vinculado de otra forma a mi familia”.

Tuvo un éxito sin precedentes con la editorial Siruela. ¿Quién no se acuerda de aquel Mundo de Sofía? Pero la vendió y creó Atalanta, un sello más personal, si cabe, que el anterior.

¿Debe la cultura ser subvencionada?

Mejor que destinen dinero a eso que no a obras absurdas, como la rotonda que hay al lado de mi casa. Creo que la cultura tiene que valerse por sí misma. Las cosas deben existir por sí mismas y valerse por sí mismas. Lo contrario es crear un clientelismo estatal. Sin embargo… cuando el Ministerio te compra trescientos libros para las bibliotecas, no voy a ser hipócrita: ¡es una maravilla para los editores! También es una gran ayuda para este gremio.

¿Cuáles son los motivos que te impulsaron a dejar Siruela?

Bueno, son diferentes. Aunque era un momento que me iba muy bien, con varios best sellers, comencé a tener demasiado trabajo empresarial y cada vez menos tiempo para leer todo lo que quería. Me di cuenta de que era un esclavo de mi propia obra, hice un ejercicio de libertad y vendí la editorial, una cosa bastante complicada

¿Y?

Durante un tiempo me quedé llevando las distintas colecciones desde mi casa del Ampurdán y renuncié a llevar la parte económica de la empresa. Y con ello me di cuenta de que hoy en día se puede crear una editorial y llevarla desde el campo, y así comenzó Atalanta.

Eres pionero en buscar un lugar...

El sitio más sensato para vivir en el siglo XXI es el campo, si tienes claro en lo que vas a ocupar tu tiempo, claro. Las ciudades se han vuelto cada vez más inhóspitas y el campo ya no es lo que era. Con Internet tienes toda la información que quieras y puedes tener contacto directo con personas de diferentes continentes. En mi caso, no me encuentro ni aislado.

¿Y en tu editorial?

De repente ves que en ciertos periódicos hablan de los libros que has estado trabajando tan privadamente desde tu casa, alejada de todo el tinglado editorial. Y es fantástico poder comprobar que, a la vez, mantienes una distancia muy saludable, vas estableciendo una conexión directa con el mundo. Ya no estás en una torre de marfil. Tu trabajo se valora y se critica. No estás colgado. Tienes cosas que hacer y solucionar. Y eso es bueno cuando vives en el campo.

Comenzaste Siruela con una colección artúrica que, en aquel momento, era algo insólito.

(Sonríe). Leí mucho y me apasionó esta literatura. El mundo entonces era joven y se expresaba de una manera fresca y deliciosa. Y por otro lado, quizás exceptuando la tetralogía de Wagner, representan el último mito verdadero creado en Occidente. Tenemos en la literatura artúrica un reino y un rey con sus caballeros, que representan unos valores y reflejan unos conflictos muy interesantes. Y tenemos un objeto misterioso, el Grial, cuya búsqueda simboliza una gran gesta espiritual. Soy un gran amante de los mitos, porque esconden verdades eternas, que no se pueden entender literalmente, sino sólo descifrando sus símbolos.

Pero antes ya habías publicado una obra medieval.

Sí, un libro para bibliófilos, un libro caro: La muerte del Rey Arturo. Una novela francesa anónima del siglo XIII que cuenta el final y muerte de todos los caballeros de la Tabla Redonda. Este libro ganó el premio del Ministerio de Cultura al libro mejor editado del año, y después de eso se vendió toda la edición en tres meses. Fue entonces cuando me planteé: si a mí me entusiasma tanto esta literatura, ¿por qué no va a gustar a los demás? Y así nació Siruela.

En Atalanta, al margen de lo que el nombre en sí significa, curiosamente también comienzas con un texto chino del siglo XI.

Chino no, japonés.

Son curiosos los comienzos en ambas editoriales...

En este caso era un texto que llevaba años queriendo publicar. Estamos hablando de la primera novela que se escribe en el mundo y, curiosamente, quien lo hace es una mujer en el siglo XI, que vive en una de las cortes más refinadas del mundo, en la que toda comunicación postal —aun tratándose de transacciones comerciales— se efectuaban siempre introduciendo un poema en cada carta, que debía ser contestado con otro poema. Si no se tenía una fina caligrafía, no se llegaba a tener un puesto relevante en esa corte. Toda la estética japonesa parte de esta época.

¿Cómo es que esta novela fue escrita por una mujer?

En esa época a las mujeres se les negaba la educación de letras, y gracias a esta prohibición surge esta novela. ¡Una gran lección para esta época de queja! La Historia de Genji fue escrita para la emperatriz y sus cincuenta damas de honor. Y en lugar de hablar de las convenciones literarias a las que estaban obligados a escribir los hombres, esta mujer habla de la vida de su época. Tiene cerca de dos mil páginas y el público al que iba destinado no llegaba ni a cien personas. ¿No es maravilloso?

Lo que sorprenderá a muchos lectores es que de los libros que publicas eres casi un experto en ellos. Es tal el entusiasmo que demuestras que confeccionas el libro. Eres como un artesano. Eso al lector, al presentarlo en sociedad, le debe resultar gratificante, ¿no? ¿No es muy lógico que el editor del libro sepa tanto como el propio autor?

Dejé la editorial convencional un poco por eso. Ahora, con la nueva, Inka y yo sólo hacemos diez libros al año, y casi nos volvemos especialistas de cada libro. Me gusta investigarlos, conocer diferentes versiones, libros sobre la época... En fin, para nosotros editar es una forma de felicidad que queremos compartir. ¡No edito para ganar dinero, tampoco para perderlo! Lo hago por amor al libro.

Al hablar de Oriente y de Occidente me vienen unas palabras que has aprendido de Borges: “La cultura no se limita a un siglo o a unos cuantos países limítrofes, sino a todo el mundo en todas sus épocas”.

Para el buen lector, toda la literatura es contemporánea. En este momento tenemos una especie de culto supersticioso a la actualidad. La literatura contemporánea me interesa mucho, pero creo que la literatura es una. Si uno adquiere el hábito de leer otras culturas, o textos de otros lugares o de otros tiempos, el placer es mucho mayor. Hay que buscar la cultura universal, huir de los localismos. Ver de dónde venimos y aprender de todas las culturas, sobre todo ahora que vivimos en un mundo cada vez más global.

Hablamos de vasijas nuevas y viejas —para entendernos—, pero verlas, las vasijas viejas, con ojos nuevos.

Hay una frase de Gustav Meyrink que puse en el primer catálogo de Atalanta que dice: “Quiero aprender a maravillarme de forma distinta y aprender a ver las formas viejas con ojos nuevos, en lugar de mirar como hasta ahora las formas nuevas con ojos viejos”. ¡Es verdad! Lo importante que dice Meyrink es la mirada. Es uno mismo. Uno puede encontrar cosas absolutamente necesarias y que no envejecen en todo tipo de textos.

Habéis publicado Dioses y Mitos de la India, de Alain Daniélou con un prólogo de la poeta Chantal Maillard. ¿Cómo ha sido el proceso de elaboración?

Comencé a leer a Daniélou hace años y me entusiasmé. Daniélou estuvo en la India y aprendió sánscrito y urdu. Se convirtió en indio. Aparte de estudiar como un erudito, se sentaba en el suelo con los indios y preguntaba a los sabios cuando enseñaban a sus discípulos acerca de su mitología. Por eso sus libros tienen esa autenticidad, fruto de alguien que ha entendido las cosas, porque ha bebido en sus fuentes.

¿Cómo?

Para su elaboración fuimos a Zagarolo, cerca de Roma, donde vive el heredero de Daniélou. Visité la casa en donde vivió sus últimos años y murió. Estuvimos allí eligiendo las fotos para la edición. Todos los libros tienen un poco de historia.

Daniélou dice que no podemos entender los conceptos en sánscrito y pasarlos al inglés o al castellano. Hay que buscar una persona que haga bien la traducción.

Evidentemente, el paso de una lengua a otra deja muchas cosas en el camino. Pero lo bueno es que Daniélou tiene la virtud de la claridad. La antigua claridad de los clásicos franceses. Algo absolutamente necesario para una mitología tan abigarrada como los templos hinduistas. Y la traducción del francés la ha hecho alguien familiarizado con el tema.

Si tuvieras una reunión en el tiempo, ¿con quién la harías: con Aristóteles, con Parménides o con Epicuro? ¿Con quién?

¡Qué maravilla! Con Epicuro sería delicioso. De los presocráticos, con Heráclito, ¡el misterioso Heráclito! Me encantaría haber hablado con él, y con Parménides también. Sobre este último hemos publicado un libro de —lo dice entusiasmado— Peter Kingsley. Una visión nueva del poema. Estos filósofos en realidad eran una especie de chamanes, que hacían incubaciones de sueños, asistían a los oráculos o participaban en los misterios religiosos. Eran filósofos, pero a la manera antigua. La filosofía era entonces un modo de vida semirreligiosa que consistía principalmente en saber vivir y aprender a morir. Eran médicos y poetas que entraban en trance, y escribían sus versos. Eso queda muy claro en las primeras estrofas del poema ontológico de Parménides. ¡Es otro mundo!

A la hora de hablar de cultura en la universidad, en la educación, ¿crees que la palabra Cultura, con mayúscula, no está bien entendida, bien divulgada?

No lo sé. Pienso que habrá de todo. Pero, por lo que me dicen mis amigos que dan clases en las universidades, las cosas van cada vez peor. A la educación en los colegios y en las universidades le falta muchas veces pasión, pues el conocimiento siempre ha de ir acompañado de un Eros para aprenderlo y transmitirlo bien. Sin ello, materias fascinantes se vuelven terriblemente áridas, y hay que saberlo explicar.

¿En tu caso?

Yo, por ejemplo, he descubierto la ciencia a los treinta años. Antes, en el colegio, me parecía espantosa. Para mí todo tenía que ser arte y letras. Y, en cambio, ahora descubro que me encanta leer sobre física cuántica o la elegantísima teoría de cuerdas. La ciencia me apasiona también. Aunque por mi formación, soy consciente de que entiendo sólo una parte.

Vuestra editorial es una mezcla de lo “viejo” y lo “nuevo”, y dentro de eso, también publicáis sobre ciencia.

La línea es bastante ecléctica. Tenemos tres colecciones muy claras: una de cuentos, otra dedicada a la memoria del mundo y otra sobre la imaginación. Dentro de esto, el espectro es muy amplio. No soy una persona cerrada, al contrario, soy muy abierto. Respecto a la ciencia, me gustaría publicar más cosas. Me encanta. Aunque pienso que muchas personas siguen teniendo una idea algo equivocada de ella, como si aún siguiéramos en las premisas de Newton, que pensaba que el universo es como una máquina, como un reloj, del que puedes averiguar cómo funciona, cuando el universo es algo vivo y muy complejo. Algo más parecido a un pensamiento paradójico que a un mecanismo.

¿Ha habido un cambio?

¡Sí! Con la teoría de cuerdas o la física cuántica. El mundo se ha llenado de paradojas. La materia ya no es una cosa sólida, en realidad es un estado momentáneo. Va pasando de partícula a onda, de material a inmaterial. Además, el observador condiciona al observado. Ya no existe la objetividad. La teoría de cuerdas afirma que la materia puede tener cinco o diez dimensiones. Todo eso me interesa mucho.

Has escrito unos pensamientos en donde hablas de cómo es tu idea de tu sello editorial.

Todo lo que he pensado sobre ello está disperso en las entrevistas que me han hecho. Tengo mi propia filosofía del oficio. La filosofía que eleva lo artesano y quiere poner en su justo medio lo empresarial. Algún día escribiré un librito sobre ello o una conferencia, aunque sólo sea para aclarar las ideas.

¿Vivimos en un momento en que hay un vacío de pensadores?

Es un tema complejo. Por un lado, en ningún momento se ha tenido más información que ahora. Nunca hemos tenido tantos datos, tantos conocimientos, ni hemos llegado a tener mayor consciencia. Pero, por otro lado, creo que estamos en un período de decadencia absoluta en donde el futuro es algo cada vez más incierto. Hay unos problemas complejísimos de superpoblación, ecología y de vacío existencial y degradación moral. Las ideologías políticas se han derrumbado, las religiones también son la caricatura de lo que eran. Vivimos en un momento interesantísimo en el que, o bien se produce una mutación y desarrollo de la conciencia o nos destruimos. Los chinos, cuando querían maldecir a alguien, le decían: “ojalá vivas una época interesante”.

Jacobo Siruela, el pasado pasó, el futuro vendrá, ¿vive Jacobo Siruela el presente?

Lo intento.

No quiero hablar de aquello que ya ha pasado en tu vida, pero ¿has firmado un libro como Jacobo Siruela y de vampiros?

Sí, soy vampirólogo (sonríe). Es un mito muy hermoso, y muy moderno, pues he observado que retorna con fuerza y se pone de moda cada cinco años. En realidad es una antología que lleva un largo prólogo mío.

Pero, como sabes, estas tendencias de Daniélou o del Vedanta hablan de que el pasado ya pasó...

Sí, pero en el pasado existen ideas muy importantes. El pasado esconde una llave que nos puede servir para abrir muchas puertas del presente, y esto es lo que trata de buscar Atalanta en sus textos. La Antigüedad es muy sabia. Sobre todo durante los siglos VI y V antes de Cristo hubo en todo el mundo un esplendor impresionante. Todo eso hay que rescatarlo porque ahora se puede entender de una forma más completa. La Antigüedad tiene una actualidad enorme, si se sabe entender y aplicar. Nosotros tenemos muchos más conocimientos, pero mucho menos sabiduría.

Un joven Ken Wilber a los veintitrés años publicó, después de que muchas editoriales lo rechazasen, El espectro de la conciencia, en Kairós. Pero ahora Jacobo Siruela va a publicar al padre de Ken Wilber. ¿Cómo ha sido eso?

(Se entusiasma al responder) El año pasado descubrí a un interesantísimo filósofo alemán, Jean Gebser. Vino a España siguiendo la estela de Rilke, se hizo amigo de García Lorca y fue el primero que tradujo al poeta al alemán. Luego marchó a Suiza y conectó con Jung y el círculo de Eranos. Su tema es la conciencia y analiza cómo han sido sus diferentes mutaciones históricas: desde la mágica y la mítica, a la racional, para finalmente proponer la integral, que es la unión de todas. El tema de nuestra época es —ha de ser— la conciencia.

Y has publicado una biografía sobre el Tercer Duque de Alba.

Hace dos años se celebró el quinto centenario de su nacimiento y rescaté el magnífico libro del historiador norteamericano William Maltby, que estaba agotado desde hacía muchos años. Lo reedité y lo prologué, y ahora también estoy preparando un libro sobre el palacio de Liria y el palacio de Las Dueñas. Ambas casas tienen un contenido histórico y artístico enorme, y no hay ninguna publicación sobre ellos. Entonces, me veo un poco obligado a llevar a cabo estas publicaciones, que irán saliendo poco a poco.

A la hora de hablar de nuestro país en cuanto a la Historia de España, ¿piensas que no está bien entendida?

Hay muchas historias de España, y ahí tenemos las que se dan en las autonomías. Cada cual hace su propia historia, y las ideologías tiñen los hechos del color que les conviene. Es lo que pasó con el duque de Alba. Fue un estereotipo romántico negativo, y ahora los historiadores lo han restituido a su verdadero lugar. No fue ningún santo. Pero para entender un hecho del pasado hay que conocer la época.

¿Qué está sucediendo ahora?

Hay un interés creciente por la historia, y eso me parece bueno. Pero creo que hay una obsesión un poco enfermiza con la Guerra Civil. Una guerra civil es en realidad el episodio más deprimente que le puede suceder a un país, pues es un ajuste de cuentas en familia. No cabe espacio para el maniqueísmo. Las guerras fratricidas son siempre las más sórdidas. Ninguna se libra de ello. Lo más sano es pasar página.

¿Quisiéramos ser todos rey Arturo?

¿Por qué?

Esos valores que podía haber en aquella época…

Aunque la Edad Media es terrible y despiadada —no hay más que leer los volúmenes de Runciman—, existe una idea falsa sobre ella. Un estúpido estereotipo de que todo era oscuro y atrasado. Y no es así. Los filósofos medievales, como Guillermo de Ockham o Tomás de Aquino, son muy lógicos. Era una época que olvidó la sofisticada tecnología del Imperio Romano, pero tuvo un enorme desarrollo espiritual. Sólo tenemos que entrar en una catedral gótica para darnos cuenta de su esplendor.

¿Editarías a Ken Follet?

¡No es mi estilo! (sonríe). No lo he leído. Una vez fui invitado a una cena en donde estaba, pero no he leído nada suyo. Debe de tener algo, pero no lo que yo busco. Atalanta busca otro tipo de libros. Tengo que seguir mi línea. Lo importante es que una editorial tenga su personalidad, tenga su forma de hacer las cosas y sea fiel a sí misma.

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